miércoles, 22 de agosto de 2012

El relámpago... RIMBAUD en: Una temporada en el infierno


El relámpago RIMBAUD 

¡El trabajo humano! Es la explosión que ilumina mi abismo de vez
en cuando.
«Nada es vanidad; ¡a la ciencia, adelante!», grita el Eclesiastés
moderno, es decir Todo el mundo.Y sin embargo los cadáveres de
los malvados y de los holgazanes caen sobre el corazón de los de-más… ¡Ah! De prisa, un poco de prisa;allí, más allá de la noche, las
recompensas futuras, eternas… ¿las escapamos?… — ¿Qué puedo
hacer yo? Conozco el trabajo; y laciencia es demasiado lenta. Que
galope la plegaria y que ruja la luz… Lo veo bien. Es demasiado
sencillo, y hace demasiado calor; se las compondrán sin mí. Tengo
un deber, estaré orgulloso de él como muchos hacen, poniéndolo
aparte.
Mi vida está gastada. ¡Adelante! Finjamos, holgazaneemos, ¡oh
piedad! Y existiremos divirtiéndonos, soñando amores monstruos y
universos fantásticos, quejándonos y atacando las apariencias del
mundo, saltimbanco, mendigo, artista, bandolero, — ¡sacerdote! En
mi cama de hospital, el olor a incienso me volvió con tanta intensi-dad; guardián de los aromas sagrados, confesor, mártir…
Veo en esto mi sucia educación infantil. ¡Y qué!… Andar mis
veinte años, si los demás los andan…
¡No! ¡No! ¡Ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo le pa-rece demasiado ligero a mi orgullo: mi traición al mundo sería un
suplicio demasiado corto. En el último momento, atacaría a diestra y
siniestra.
Entonces, —¡oh!— pobre alma mía, ¡no tendríamos perdida la     eternidad!

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