lunes, 21 de abril de 2014

La patada al patíbulo Gonzalo Arango



Señora, usted nunca comprenderá a un poeta, por eso le digo adiós. En la posibilidad ingrata de volverla a ver, prefiero escribirle esta carta con la remota esperanza de que llegue a sus manos, aunque sea como error Nada nos une como amigos, ni como pareja. Su cretinismo me ofende, me desquicia. Usted tiene mentalmente la edad de las cavernas, aunque se vista a la moda de París y la Quinta Avenida. Cuando la escucho en su cotorreo delirante, no puedo evitar la sensación de que estoy ante un antepasada de esos que pinta Mingóte en sus caricaturas. Sus "pensamientos" son del linaje de esos mazos trogloditas, hieren el espíritu con su primitivismo irracional. A veces aplastan peor que mazos, matan como cuchillos oxidados. Usted ha echado cantidades de lodo y oscuridad en mi alma, estoy enfermo por su culpa, enfermo de ira, de odio, de rebelión contra la estupidez humana, especialmente femenina, personificada en usted. ¡Le digo basta! No suplique, el dolor no le luce a un maniquí, eso es usted. Ni siquiera merece mi piedad, y la desprecio demasiado para tenerle lástima.

No tengo más que agregar o tal vez sí. Que usted confunde peligrosamente el sexo con el destino. No se trata de eso. Mi alma no cabe en su lindo florero, mi destino no es un rotico para llenarlo de sexo. Usted me detesta porque soy bastante loco como para perder la cabeza por sus encantos y renunciar a mi destino para encontrarme con el suyo. Pero prefiero mi infierno a ese cielo sin nubes, sin dudas, que habita un infinito hastío y una paz difunta. No, mil gracias. La felicidad que usted promete, mata, pero no da la resurrección. Su egoísmo es de tal naturaleza mortal, pues hasta en mis sueños me hace sentir culpable, incluso de mi imaginación. Eso da la medida de su mediocridad que maldice mis reflexiones sobre la muerte, mis diálogos con Dios, mis interrogantes al destino. Es lo peor que me podía pasar, sentir remordimiento de mis propias creaciones. Aprecio el valor de la libertad por sobre todos los dones, y la reivindico con un no rotundo ante sus ridículas pretensiones de requisar los secretos de mi conciencia y del arte como si fuera usted un policía de aduana, para quien los delirios no registrados de un poeta, o sus sueños, son materiales de contrabando y delitos contra el código de importación, ¡puff!

Yo pensé que estaba vinculado a usted por algún sentimiento o deseo. Pero descubrí que es imposible hacer un vínculo en el vacío. En el fondo, usted lo que quiso fue atarme. ¿A qué se ató Cristo? Lo ataron a una cruz, que es distinto. Pero usted, aunque tiene brazos, no es una cruz. Y si fuera una cruz, yo no me sentiría crucificado, sino estrangulado. Y ahora sí, adiós. ¡Me bajo del patíbulo!