E.M. CIORAN
TRADUCCIÓN DE
LEONARDO TORRES LONDOÑO PARA EL M.D.
MAGAZINE LITTERAIRE N°
357 SEPTIEMBRE DE 1997
Yo soy un
filósofo-gritón. Mis ideas, si hay ideas, ladran; no explican nada, estallan.
Toda mi vida
les rendí culto a los grandes tiranos empantanados en la sangre y el
remordimiento. Me extravié en las letras por imposibilidad de matar o de
matarme. Esta incapacidad, esta mera cobardía ha hecho de mí un escriba.
Ayer, en el
tren que me traía de Compiegne a París. Frente a mí, una joven (¿19 años?) y un
joven. Trato de combatir el interés que siento por la muchacha, por su encanto,
y, para lograrlo, me la imagino muerta, en estado de cadáver avanzado, sus
ojos, sus mejillas, su nariz, sus labios, todo en plena putrefacción. De
nada sirvió. El encanto que ella exhalaba seguía ejerciéndose sobre
mí. Así es el milagro de la vida.
Todas mis
contradicciones provienen del hecho de que no se puede amar la vida más de lo
que la amo, ni experimentar al mismo tiempo y de manera casi ininterrumpida un sentimiento de
impertenencia, de exilio y de abandono. Soy como un glotón que
perdiera el apetito a fuerza de pensar en la inanición.
Señor, ¿por qué
no tengo la vocación de la oración? No hay nadie en el mundo más cerca de ti,
ni más alejado. Una pizca de certidumbre, una brizna de consuelo, es todo lo
que pido. Pero tú no puedes con-testar, no puedes.
Hace algunos
días... me alistaba para salir, cuando, para arreglarme el pañuelo, me miro en
el espejo. Y de repente, un susto indecible: ¿Quién es este hombre? Imposible
reconocerme. Por más que identifiqué mi abrigo, mi pañuelo, mi sombrero, no
sabía sin embargo quién era; ya que yo no era yo. Esta sensación duró unos
treinta segundos aproximadamente. Cuando logré encontrarme, el pánico no
desapareció enseguida, pero se degradó de manera imperceptible. Conservar la razón es un privilegio
que pueden retirarnos.
Uno no lo ha
perdido todo mientras esté descontento de sí mismo.
Sin el
aburrimiento yo no habría tenido identidad. Es por él, y por causa de él, que
me fue dado conocerme. Si nunca lo hubiese experimentado, lo ignoraría totalmente, no sabría quién soy. El
aburrimiento es el encuentro consigo mismo -por la percepción de
la nulidad de sí mismo.
¡Qué fastidiosa
costumbre la que tengo de pensar contra alguien o contra algo! Esa necesidad de
emplear los medios del espíritu para pelear, ¿no viene acaso de una maldad
insaciada e inclusive de una cobardía en la vida? Lo cierto es que, pluma en
mano, tengo un valor que nunca vuelvo a encontrar frente al enemigo.
Para mí escribir es vengarme.
Vengarme contra el mundo, contra mí mismo. Casi todo lo que he
escrito fue el producto de una venganza. Por lo tanto, un consuelo. Si la venganza desapareciera
por milagro, la casi totalidad de los hombres caerían presa (s)
de enfermedades mentales desconocidas hasta ahora. La salud para mí consiste en
la agresión. No hay nada que tema tanto como el desmoronarse en la calma. El
ataque forma parte de las condiciones de mi equilibrio.
Si todos los
días tuviera el valor de gritar durante un cuarto de hora, gozaría de un
equilibrio perfecto.
Paso la mayor parte de mis
días rompiéndole la cara a la gente, diciendo invectivas contra
fulano o zutano, a tal punto que terminamos yendo a las manos. Declaro de
sol a sol escándalos que me hacen enrojecer, provoco a los desconocidos, derribo
todo lo que encuentro a mi paso, en la imaginación, todo esto, por desgracia.
Después de un
mes de buen tiempo, cielo cubierto -Siempre he sido, durante toda mi vida, un enamorado del
mal tiempo. Las nubes me tranquilizan; cuando, por la mañana, desde
mi cama, las veo pasar, siento en mí las fuerzas necesarias para enfrentar la
jornada. Pero con el sol, nunca pude conformarme. No tengo suficiente luz en
mí para poder llevarme bien con él. No hace más que despertar, que remover mis
tinieblas.
Diez días de
cielo azul me ponen en un estado vecino de la locura.
El menor cambio
de temperatura pone en tela de juicio todos mis proyectos, no me atrevo a decir que todas mis
convicciones. Esta forma de dependencia, la más humillante que pueda
existir, no deja de desesperarme, arruinando al mismo tiempo lo poco de
ilusiones que me quedaba acerca de mi posibilidad de ser libre, y sobre la
libertad en general. De qué sirve andar pavoneándose si uno está a la merced de
lo húmedo o de lo seco? Sería preferible una tiranía menos lamentable, dioses
de otra índole.
Estación del
Norte. Un reloj indica los minutos: 16:43 -Soñé que este minuto no volverá
nunca más, que ha desaparecido para siempre, que se ha hundido en la masa
anónima de lo irrevocable. ¡Qué fútil y sin fundamento me parece la teoría del
eterno retorno! Todo desaparece para siempre. Nunca volveré a ver este
instan-te. Todo es único y sin importancia.
¿Qué es el
remordimiento? Es el deseo de hallarse culpable, es el placer de devorarse, de
verse y de sentirse más desventurado de lo que se es en verdad.
Napoleón perdió
30.000 hombres en la batalla de Wagram, sin sentir por ello ningún
remordimiento. Solamente mal humor. -Pero, ¿de qué sirve destacar estas cosas?
El remordimiento sólo es conocido por aquellos que no saben actuar, que no
pueden actuar. El remordimiento remplaza en ellos la
acción.
Cuando uno está
solo, aunque no haga nada, no tiene la impresión de desperdiciar el tiempo.
Pero siempre lo echa a perder en compañía de alguien.
¿No tengo nada
que decir? ¡Qué importa! esta nada es real, es fecunda, ya que ningún diálogo
consigo mismo es estéril. Siempre se saca algo, así no sea más que la esperanza
de volver a encontrarse un día.
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