jueves, 4 de octubre de 2012

Hombre preso que mira a su hijo... Mario Benedetti

Hombre preso que mira a su hijo

Mario Benedetti

Cuando era como vos me enseñaron los viejos
y también las maestras bondadosas y miopes
que libertad o muerte era una redundancia
a quien se le ocurría en un país
donde los presidentes andaban sin capangas.

Que la patria o la tumba era otro pleonasmo
ya que la patria funcionaba bien
en las canchas y en los pastoreos.

Realmente no sabían un corno
pobrecitos creían que libertad
era tan solo una palabra aguda
que muerte era tan solo grave o llana
y cárceles por suerte una palabra esdrújula.

Olvidaban poner el acento en el hombre.

La culpa no era exactamente de ellos
sino de otros más duros y siniestros
y estos sí
cómo nos ensartaron
en la limpia república verbal
cómo idealizaron
la vidurria de vacas y estancieros
y cómo nos vendieron un ejército
que tomaba su mate en los cuarteles.

Uno no siempre hace lo que quiere
uno no siempre puede
por eso estoy aquí
mirándote y echándote
de menos.

Por eso es que no puedo despeinarte el jopo
ni ayudarte con la tabla del nueve
ni acribillarte a pelotazos.

Vos ya sabés que tuve que elegir otros juegos
y que los jugué en serio.

Y jugué por ejemplo a los ladrones
y los ladrones eran policías.

Y jugué por ejemplo a la escondida
y si te descubrían te mataban
y jugué a la mancha
y era de sangre.

Botija aunque tengas pocos años
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides.

Por eso no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones
todas estas llagas, hinchazones y heridas
que tus ojos redondos
miran hipnotizados
son durísimos golpes
son botas en la cara
demasiado dolor para que te lo oculte
demasiado suplicio para que se me borre.

Pero también es bueno que conozcas
que tu viejo calló
o puteó como un loco
que es una linda forma de callar.

Que tu viejo olvidó todos los números
(por eso no podría ayudarte en las tablas)
y por lo tanto todos los teléfonos.

Y las calles y el color de los ojos
y los cabellos y las cicatrices
y en qué esquina
en qué bar
qué parada
qué casa.

Y acordarse de vos
de tu carita
lo ayudaba a callar.

Una cosa es morirse de dolor
y otra cosa es morirse de vergüenza.

Por eso ahora
me podés preguntar
y sobre todo
puedo yo responder.

Uno no siempre hace lo que quiere
pero tiene el derecho de no hacer
lo que no quiere.

Llora nomás botija
son macanas
que los hombres no lloran
aquí lloramos todos.

Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse.

Llorá
pero no olvides.

jueves, 30 de agosto de 2012

CONSEJOS PARA UNA ADÚLTERA... CrimethInc. Fragmentos

CONSEJOS PARA UNA ADÚLTERA
CrimethInc.

“LOS BUENOS MATRIMONIOS CUESTAN TRABAJO”
Crecer en un ambiente dominado por la economía capitalista nos enseña ciertas lecciones psicológicas difíciles de olvidar: Cualquier cosa de valor sólo está disponible en dosis limitadas. Exige lo que es tuyo, antes de que te dejen sola y sin nada.

Aprendemos a medir compromiso y afecto en términos de cuánto es que los otros están dispuestos a sacrificar por nosotros, sin imaginar que el amor y el placer pueden multiplicarse cuando son compartidos. En una relación saludable, amigos y amantes se permiten mutuamente hacer, vivir y sentir más. Si sientes en tus entrañas (si no es en tu cabeza) que monogamia significa renunciar a algo (tu “libertad”, como se dice), entonces los modelos de explotación han penetrado incluso hasta en tu vida romántica.

Todos sabemos que Los Buenos Matrimonios Cuestan Trabajo... Cuando tienes que trabajaren la monogamia, estás de vuelta en el sistema de intercambio: la economía de tu intimidad está regimentada del mismo modo que la economía capitalista, por escasez, amenazas y prohibiciones programadas... Cuando las relaciones se convierten en trabajo, cuando el deseo está organizado contractualmente, cuando las cuentas son mantenidas y la fidelidad es sustraída –como la mano de obra a los empleados– en un matrimonio que es como una fábrica doméstica vigilada en medio de una rígida disciplina de personal y diseñada para mantener a esposas y maridos encadenados a la maquinaria de la reproducción responsables, no debería sorprender que algunos no puedan evitarlo y que también se rebelen.

El adulterio, completamente opuesto al Buen Matrimonio, llega de manera natural, sin siquiera haber sido invitado. De pronto, te sientes transformada, despertada de ese cementerio de la pasión –ya muerta– que ha sido tu relación, para sentir de nuevo esa excitación. No deberías estar sintiendo nada de esto ¡maldita sea! e incluso es la primera vez que has sido exaltada por una felicidad pura y no forzada... Oh, el dulce optimismo de algo nuevo, algo que todavía no es predecible... Es como si la sorpresa, el riesgo, el gozo, la satisfacción fueran de nuevo posibilidades genuinamente imaginables. ¿Quiénes, si pudieran sentir lo que están sintiendo ahora mismo, podrían exigirte que te resistieras a ello? (...)

“EL ADULTERIO ES LA FIEL OPOSICIÓN AL MATRIMONIO”
Finalmente, el adulterio sólo es posible porque las preguntas que él mismo realiza quedan sin responder. Al igual que la liberadora de productos, la amotinada y la suicida, la adúltera sólo hace media revolución: viola la ley y la costumbre autoritaria pero de tal manera que ellos permanecen en el mismo lugar y siguen determinando sus acciones, sean éstas de obediencia o de rechazo. Sería mejor si realmente expusiera quién es y qué quiere para el mundo entero, sin culpa ni remordimiento... Luego, su propia lucha podría ser el punto de partida para una revolución en las relaciones humanas de las cuales todos se beneficiarían, y no simplemente un destello de pasión e insurgencia aislada que podrá ser aplastada antes incluso de ser consciente de sí misma.
Protejamos y defendamos a la adúltera de la vergüenza que le impone esta sociedad, sea cuando sea que ella dé este paso, para que efectivamente lo pueda realizar: ella actúa –como lo hacemos nosotros– impulsada por una pasión que arde inextinguible  por un mundo nuevo.



CARTA A PABLO... Mijail Bakunin


CARTA A PABLO
Mijail Bakunin
París, 29 de marzo de 1845

Soy el mismo, como antes, enemigo declarado de la realidad existente, sólo con esta diferencia: que he cesado de ser teórico, que he vencido, en fin, en mí, la metafísica y la filosofía, y que me he arrojado enteramente, con toda mi alma, en el mundo práctico, el mundo del hecho real.

Créeme, amigo, la vida es bella; ahora tengo pleno derecho a decir eso, porque he cesado hace mucho de mirarla a través de las construcciones teóricas y a no conocerla más que en fantasía, porque he experimentado efectivamente muchas de sus amarguras, he sufrido mucho y he caído a menudo en la desesperación. 

Yo amo, Pablo, amo apasionadamente: no sé si puedo ser amado como yo quisiera serlo, pero no desespero; sé al menos que se tiene mucha simpatía hacia mí; debo y quiero merecer el amor de aquella a quien amo, amándola religiosamente, es decir, activamente; ella está sometida a la más terrible y a la más infame esclavitud y debo libertarla combatiendo a sus opresores y encendiendo en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, suscitando en ella el amor y la necesidad de la libertad, los instintos de la rebeldía y de la independencia, recordándole el sentimiento de su fuerza y de sus derechos.

Amar es querer la libertad, la completa independencia de otro; el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto que se ama; no se puede amar verdaderamente más que a un ser perfectamente libre, independiente, no sólo de todos los demás, sino aun y sobre todo de aquel de quien se es amado y a quien se ama.

He ahí mi profesión de fe política, social y religiosa, he ahí el sentido íntimo, no sólo de mis actos y de mis tendencias políticas, sino también, en tanto que puedo, el de mi existencia particular e individual; porque el tiempo en que podrían ser separados esos dos géneros de acción está muy lejos de nosotros; ahora el hombre quiere la libertad en todas las acepciones y en todas las aplicaciones de esa palabra, o bien no la quiere de ningún modo; querer la dependencia de aquel a quien se ama es amar una cosa y no un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la libertad; y si el amor implicase también la dependencia, sería lo más peligroso e infame del mundo, porque sería entonces una fuente inagotable de esclavitud y de embrutecimiento para la humanidad.

Todo lo que emancipa a los hombres, todo lo que, al hacerlos volver a sí mismos, suscita en ellos el principio de su vida propia, de su actividad original y realmente independiente, todo lo que les da la fuerza para ser ellos mismos, es verdad; todo el resto es falso, liberticida, absurdo. Emancipar al hombre, he ahí la única influencia legítima y bienhechora.

Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos -no son más que mentiras-; la verdad no es una teoría, sino un hecho; la vida misma es la comunidad de hombres libres e independientes, es la santa unidad del amor que brota de las profundidades misteriosas e infinitas de la libertad individual.

miércoles, 22 de agosto de 2012

EL VINO DEL ASESINO... BAUDELAIRE. Las flores del mal

CVI

EL VINO DEL ASESINO


Mi mujer está muerta, ¡soy libre!
Puedo, pues, beber hasta el hartazgo.
Cuando regresaba sin un sueldo,
Sus gritos me desgarraban los nervios.

Tanto como un rey soy dichoso;
El aire es puro, el cielo admirable...
¡Teníamos un verano semejante
Cuando me enamoré!

La horrible sed que me desgarra
Tendría necesidad para saciarse
De tanto vino como puede contener
Su tumba; — lo que no es poco decir:

La he echado al fondo de un pozo,
Y hasta he arrojado sobre ella
todas las piedras del brocal.
—¡La olvidaré si puedo!

En nombre de los juramentos de ternura,
De los que nadie nos puede desligar,
Y para reconciliarnos
Como en los buenos tiempos de nuestra embriaguez,

Le imploré una cita,
Por la noche, en un camino oscuro.
¡Ella acudió! —¡loca criatura!
¡Somos todos más o menos locos!

Estaba todavía bonita,
¡Si bien muy cansada! Y yo,
¡Yo la quería mucho! He aquí porque
Le dije: ¡Deja esta existencia!

Nadie puede comprenderme. Uno solo
Entre estos borrachos estúpidos
¿Pensó en sus noches morbosas
Hacer del vino una mortaja?

Esta crápula invulnerable
Como las máquinas de hierro
Jamás, ni en verano ni en invierno,
Ha conocido el amor verdadero,

¡Con sus negros encantos,
Su cortejo infernal de clamores,
Sus frascos de veneno, sus lágrimas,
Su estrépito de cadena y de osamentas!

—¡Heme aquí, libre y solitario!
Estaré esta noche borracho perdido;
Entonces, sin miedo y sin remordimiento,
Me echaré en el suelo,

¡Y dormiré como un perro!
El carretón de pesadas ruedas
Cargado de piedras y de barro,
El vagón desenfrenado puede quizá

Aplastar mi cabeza culpable
O cortarme por la mitad,
¡Yo me río, tanto como de Dios,
Del Diablo o de la Santa Mesa!

1848.

El relámpago... RIMBAUD en: Una temporada en el infierno


El relámpago RIMBAUD 

¡El trabajo humano! Es la explosión que ilumina mi abismo de vez
en cuando.
«Nada es vanidad; ¡a la ciencia, adelante!», grita el Eclesiastés
moderno, es decir Todo el mundo.Y sin embargo los cadáveres de
los malvados y de los holgazanes caen sobre el corazón de los de-más… ¡Ah! De prisa, un poco de prisa;allí, más allá de la noche, las
recompensas futuras, eternas… ¿las escapamos?… — ¿Qué puedo
hacer yo? Conozco el trabajo; y laciencia es demasiado lenta. Que
galope la plegaria y que ruja la luz… Lo veo bien. Es demasiado
sencillo, y hace demasiado calor; se las compondrán sin mí. Tengo
un deber, estaré orgulloso de él como muchos hacen, poniéndolo
aparte.
Mi vida está gastada. ¡Adelante! Finjamos, holgazaneemos, ¡oh
piedad! Y existiremos divirtiéndonos, soñando amores monstruos y
universos fantásticos, quejándonos y atacando las apariencias del
mundo, saltimbanco, mendigo, artista, bandolero, — ¡sacerdote! En
mi cama de hospital, el olor a incienso me volvió con tanta intensi-dad; guardián de los aromas sagrados, confesor, mártir…
Veo en esto mi sucia educación infantil. ¡Y qué!… Andar mis
veinte años, si los demás los andan…
¡No! ¡No! ¡Ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo le pa-rece demasiado ligero a mi orgullo: mi traición al mundo sería un
suplicio demasiado corto. En el último momento, atacaría a diestra y
siniestra.
Entonces, —¡oh!— pobre alma mía, ¡no tendríamos perdida la     eternidad!

martes, 21 de agosto de 2012

Abalorio de Desdenes... En La Putrefacta Perfecta: azaliah ardito

La Putrefacta Perfecta
Azaliah Ardito

Abalorio de Desdenes
 

Que soy un monstruo, 
eso lo sé. 
Soy una criatura deforme 
que aprendió a amar 
las irregularidades 
de su piel, de su rostro y de su sexo. 

Soy un monstruo; sí, lo sé. 
Un monstruo creado con palabras 
y un montón de vómito ácido, 
que dañaron mi piel y -peor aún- mi alma. 

En mi cuello o pescuezo 
llevo una soga, por si hace falta. 
Soy el mítico minotauro traicionado, 
un monstruo que ama y que te ama, 
un monstruo del cual sólo sientes compasión y lástima. 

En mi laberinto oscuro puedo sentir la humedad. 
Y, si detengo la respiración por un momento, 
puedo oír el eco retórico de tu voz 
(falazmente complaciente) 
diciéndote y diciéndome: 
“alguien te querrá; pero no seré yo, 
bello excremento del intestino.” 

AULLIDO.., ALLEN GINSBERG

AULLIDOALLEN GINSBERG


He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz.

Quienes expusieron sus cerebros al Cielo, bajo El y vieron ángeles Mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados.

Quienes pasaron por las universidades con ojos radiantes y frescos alucinando con Arkansas y la tragedia luminosa de Blake entre los estudiantes de la guerra.

Quienes fueron expulsados de las academias por locos por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo.

Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando su dinero en papeleras y escuchando el Terror a través de las paredes.

Quienes se jodieron sus pelos púbicos al volver de Laredo con un cinturón de marihuana para New York.

Quienes comieron fuego en hoteles coloreados o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o purgaron sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas, alcohol y verga y bolas infinitas, ceguera incomparable; calles de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando todas las palabras inmóviles del Tiempo, sólidos peyotes de los vestíbulos, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad del vino en los tejados, puestos municipales el neon estridente luces del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los bulliciosos crepúsculos de invierno de Brooklyn, estrepitosos tarros de basura y una regia clase de iluminación de la mente.

Quienes se encadenaron a sí mismos a los subterráneos para el viaje infinito desde Battery al santo Bronx en benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y desiertos golpeados de cerebros absolutamente secos de esplendor en la melancólica luz del Zoo.

Quienes se hundieron toda la noche en la luz submarina de Bickford's emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después del mediodía en el desolado Fugazzi's, escuchando el crujido del destino en la caja de música de hidrógeno.

Quienes hablaron setenta horas seguidas desde el parque a la barra a Bellevue al museo al Puente de Brooklyn, batallón perdido de conversadores platónicos bajándole espaldas las escaleras de escape de los alfeizares del Empire State lejos de la luna, gritando incoherencias, vomitando susurrando hechos y recuerdos y anécdotas y patadas en la bola del ojo y traumas de hospitales y cárceles y guerras, intelectos enteros disgregados en amnesia por siete días y noches con ojos brillantes, carne para la Sinagoga arrojada al pavimento.

Quienes se desvanecieron en ninguna parte de Zen New Jersey dejando un reguero de ambiguas postales ilustradas de Atlantic City Hall, sufriendo sudores orientales y artritis Tangerianas y jaquecas de China bajo la basura en las salas sin muebles de Newark.

Quienes dieron vueltas y vueltas en la medianoche por el patio de trenes preguntándose adónde ir, y fueron, sin dejar corazones rotos.

Quienes prendieron cigarrillos en vagones traqueteando por la nieve hacia granjas solitarias en la noche del abuelo.

Quienes estudiaron a Plotino, Poe, San Juan de La Cruz, telepatía y cábala debido a que el cosmos instintivamente vibraba en sus pies en Kansas.

Quienes solos por las calles de Idaho buscaban ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios.

Quienes pensaban que sólo estaban locos cuando Baltimore destellaba en éxtasis sobrenatural.
Quienes saltaron a limusinas con el Chinaman de Oklahoma impulsados por la lluvia de los pequeños pueblos a la luz callejera de la medianoche del invierno.

Quienes haraganeaban hambrientos y solos por Houston buscando jazz o sexo o sopa, y siguieron al brillante español para conversar sobre América y la eternidad, una tarea sin esperanza, y tomaron un barco para África.

Quienes desaparecieron en los volcanes de México dejando tras suyo nada excepto la sombra del estiércol y la lava y la ceniza de la poesía quemada en Chicago.

Quienes reaparecieron en la Costa Oeste investigando el F.B.I. en barbas y pantalones cortos con grandes ojos pacifistas atractivos en su oscura piel entregando incomprensibles folletos.
Quienes se quemaron sus brazos con cigarros encendidos protestando contra la bruma narcótica del tabaco del Capitalismo.

Quienes distribuyeron panfletos supercomunistas en Union Square sollozando y desvistiéndose mientras las sirenas de Los Alamos los deprimían, y se deprimía Wall, y el ferry de State Islan también se deprimía.

Quienes rompieron a llorar en blancos gimnasios desnudos y temblorosos frente a la maquinaria de otros esqueletos.

Quienes mordieron detectives en el cuello y chillaron con placer en autos policiales por no cometer un crimen salvo su propia pederastia salvaje y su intoxicación.

Quienes aullaron de rodillas en el metro y fueron arrastrados por el techo ondeando sus genitales y manuscritos.

Quienes permitieron ser penetrados por el ano por virtuosos motociclistas, y gritaron con alegría.
Quienes chuparon y fueron chupados por aquellos serafines humanos, los marineros, caricias del amor Atlántico y Caribeño.

Quienes eyacularon en la mañana en la tarde en jardines de rosas y en el pasto de parques públicos y cementerios esparciendo su semen libremente a quienquiera que llegara.

Quienes hiparon sin cesar tratando de reír pero se torcían de llanto detrás de un cubículo de un Baño Turco cuando el ángel rubio y desnudo venía a atravesarlos con una espada.

Quienes perdieron a sus amantes por las tres viejas musarañas del destino, la musaraña tuerta del dólar heterosexual, la musaraña tuerta que hace guiños fuera del útero y la musaraña tuerta que no hace nada sino sentarse en su trasero y corta las hebras doradas intelectuales del vislumbre del artesano.

Quienes copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza, un novio, un paquete de cigarrillos, una vela y se cayeron de la cama, y continuaron en el suelo y por los pasillos y terminaron desmayándose en la pared con una visión del último coño y llegaron a eludir el último atisbo de conciencia.

Quienes endulzaron las conchitas de un millón de chicas temblorosas en el ocaso, y tenían los ojos rojos en la mañana pero preparados para endulzar las conchitas del sol naciente, destellantes traseros bajo los establos y desnudos en el lago.

Quienes iban a putas en Colorado por miriadas en autos robados, N.C., héroe secreto de estos poemas, semental y Adonis del alegre Denver a la memoria de sus innumerables encamadas con chicas en lotes vacíos, patios de bares, hileras de desvencijadas casas rodantes en la cima de montañas, en cavernas o con demacradas meseras en familiares subidas de enaguas al lado del camino y especialmente la secreta estación de gasolina solipsismos de juan, y callejones pueblerinos también.

Quienes se desvanecieron en vastas películas sórdidas, se transformaron en sueños, despertaron en un repentino Manhattan, y se encontraron a sí mismos fuera de los sótanos colgados sobre descorazonados Tokay y los horrores de los sueños de hierro de la Tercera Avenida y tropezaron con las oficinas de desempleo.

Quienes caminaron toda la noche con sus zapatos llenos de sangre en los muelles esperando una puerta en East River para entrar a un cuarto lleno de vapor caliente y opio.

Quienes crearon grandes dramas suicidas en el apartamento de los acantilados del Hudson bajo el rayo azul de la luna de tiempo de guerra y sus cabezas eran coronadas con el laurel del olvido.

Quienes comieron la cazuela de cordero de la imaginación o digirieron cangrejos en el fondo lodoso de los ríos de Bowery.

Quienes lloraron por el romance de las calles con sus carritos llenos de cebollas y mala música.
Quienes se sentaron en cajas respirando en la oscuridad bajo el puente, y se levantaron para construir arpas en sus desvanes.

Quienes tosían en el sexto piso del populoso Harlem con llamas bajo el cielo tuberculoso rodeados por las jaulas naranjas de la teología.

Quienes garrapatearon toda la noche golpeando y rodando sobre elevadas incautaciones que en las amarillas mañanas eran estrofas de jerigonza.

Quienes cocinaron animales podridos pulmones, corazón, pata ,cola borsht y tortilla soñando con el puro reino vegetal.

Quienes se zambulleron en camiones de carne buscando un huevo.

Quienes tiraron sus relojes del tejado para dar su voto a la eternidad fuera del Tiempo y despertadores cayeron sobre sus cabezas todos los días por la siguiente década.

Quienes se cortaron las muñecas tres veces seguidas sin éxito, se rindieron y fueron forzados a abrir anticuarios donde pensaban que se ponían viejos y gritaban.

Quienes fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de franela en Madison Avenue entre ráfagas de versos plomizos y el parloteo borracho de los regimientos de acero de la moda y los chillidos de nitroglicerina de las agencias de publicidad y el gas mostaza de los editores siniestramente inteligentes, o cayeron por los taxis ebrios de la Absoluta Realidad.

Quienes saltaron del Puente de Brooklyn esto realmente sucedió y quedaron desconocidos y olvidados en el aturdimiento fantasmal de los callejones de sopa y camiones de incendio de Chinatown, ni siquiera una cerveza gratis.

Quienes cantaron por sus ventanas de desesperación, cayeron de la ventana del metro, saltaron en el sucio Passaic, brincaron en negros, gritaron por toda la calle, bailaron descalzos en trozos de copas de vino rotas grabaciones de fonógrafos de la nostalgia Europea jazz alemán de 1930 terminaron el whisky y se lanzaron gemebundos en baños sangrientos, gemidos en sus oídos y la ráfaga colosal del silbido del vapor.

Quienes rodaron por las carreteras del viaje al pasado para cada uno el látigo del Gólgota reloj de la soledad de la cárcel o encarnación del jazz de Birmingham.

Quienes condujeron una visión para encontrar la eternidad.

Quienes viajaron a Denver.

Quienes murieron en Denver.

Quienes volvieron a Denver y esperaron en vano.

Quienes aguardaron en Denver y empollaron solos en Denver y finalmente se fueron para encontrar el Tiempo, y Denver es solitario para sus heroínas.

Quienes cayeron de rodillas en catedrales sin esperanza rezando por la salvación de cada uno y la luz y los pechos, hasta que el alma iluminara su cabello por un segundo.

Quienes chocaron con sus mentes en la cárcel esperando criminales imposibles con cabezas doradas y el encanto de la realidad en sus corazones que cantaban dulces blues a Alcatraz.

Quienes se retiraron a México para cultivar un hábito, o a Rocky Mount para ofrecer Buddha o Tánger a los muchachos al Southern Pacific a la locomotora negra o a Harvard a Narciso a Woodland para la sepultura o daisychain.

Quienes exigieron juicios de cordura acusando a la radio de hipnotismo y fueron dejados con su locura y sus manos y un jurado colgado.

Quienes arrojaron papas saladas a los conferencistas de Dadaismo en CCNY y subsecuentemente se presentaron ellos mismos en las baldosas de granito del manicomio con cabezas rapadas y un discurso arlequinesco de suicidio, demandando una lobotomía instantánea, y quienes a su vez se entregaron a la nulidad concreta de la insulina, Metrazol, electricidad, hidroterapia, psicoterapia, terapia ocupacional, ping pong y amnesia.

Quienes en protesta seria dieron vuelta sólo una simbólica mesa de ping pong, descansando brevemente en catatonia, volviendo años después verdaderamente calvos excepto por una peluca de sangre, y lágrimas y dedos, a la visible fatalidad del hombre loco de los pupilos de los pueblos locos del Este, salas fétidas de Pilgrim State's Rockland's y Greystone discutiendo con los ecos del alma, pegando y rodando en la soledad-banca-dolmen-reinos del amor de medianoche, sueños de vida en una pesadilla cuerpos convertidos en roca tan pesados como la luna, con la madre finalmente, y el último libro fantástico arrojado por las ventanas del departamento, y la última puerta cerrada a las 4 A.M. y el último teléfono pegado a la pared sonando y la última pieza amueblada, un papel rosa amarillo torcido en un colgador de alambre en el closet, e incluso eso imaginario, nada sino un poco de esperanzadora alucinación ah, Carl, mientras no estés seguro yo no estoy seguro, y ahora tú estás realmente en la sopa animal total del tiempo y quienes por lo tanto corrieron a través de las calles congeladas obsesionados con un repentino destello de la alquimia del uso de la elipse el catálogo el metro y el plano vibrante.

Quienes soñaron y encarnaron brechas en el Tiempo y Espacio a través de imágenes yuxtapuestas, y atraparon al arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos elementales y establecieron el nombre y rasgos de la conciencia al mismo tiempo saltando con sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus para recrear la sintaxis y medida de la pobre prosa humana y ponerse frente a ti estupefacto e inteligente y sacudirse con vergüenza, rechazando incluso revelar el alma para conformarse al ritmo del pensamiento en su desnuda y eterna cabeza, el vagabundo loco y el golpe del ángel del Tiempo, desconocido, incluso poniendo aquí lo que podría dejar de ser dicho en tiempo de volver después de la muerte, y surgieron reencarnados en los trajes fantasmales del jazz en la sombra del corno dorado de la banda y exhalar el sufrimiento de la mente desnuda de América para amar en un eli eli lamma lamma sabacthani saxofón que llora estremeciendo las ciudades bajo la última radio con el corazón absoluto del poema de la vida descarnada de sus propios cuerpos buenos para comer mil años.

lunes, 20 de agosto de 2012

Yo, Ulrike grito... DARIO FO


DARIO FO

(Texto en "Ocho monólogos ", Franca Rame  Darío Fo. Ed. Mear. Barcelona, 1987). 

Ulrike Meinhof, célebre activista política alemana, fue llevada a presidio acusada de cometer accciones criminales y tuvo que soportar el terrorismo estatal. Como sucede en varias de sus piezas, Darío Fo se adentra en la realidad para imaginar un monólogo en el que reflexiona sobre la violencia.


Nombre: Ulrike. Apellido: Meinhof. Sexo: femenino. Edad: cuarenta y un años.

Sí, estoy casada. Dos hijos, nacidos con parto cesáreo. Sí, separada de marido. Profesión: periodista. Nacionalidad: alemana. Llevo más de cuatro años encerrada en una cárcel moderna de un Estado moderno.

¿Delito? Atentado a la propiedad privada y a las leyes que defienden dicha propiedad y el consiguiente derecho de los propietarios a ampliar en demasía la propiedad de todo.

Todo: incluyendo nuestro cerebro, nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros sentimientos, nuestro trabajo y nuestro amor. En resumen, toda nuestra vida.

Por eso habéis decidido eliminarme, amos del Estado de Derecho. Vuestra ley es realmente igual para todos, menos para aquellos que no estén de acuerdo con vuestras leyes sagradas. Habéis llevado a la mujer a su máxima emancipación: en efecto, aun siendo una mujer, me castigáis exactamente como a un hombre.

Os lo agradezco. Me habéis gratificado con la más dura de todas las prisiones: aséptica, helada, como un depósito de cadáveres, y me aplicáis la más criminal de las torturas, es decir, "la privación de lo sensorial".

Qué expresión tan elegante para decir que me habéis sepultado en un panteón de silencio. Un silencio blanco; blanca es la celda, blancas las paredes, blancas las rendijas, de esmalte blanco la puerta, la mesa, la silla y la cama, por no hablar del wáter.

La luz de neón es blanca, siempre encendida: de día y de noche.

¿Pero cuál es el día, y cuál la noche? ¿Cómo puedo saberlo? A través de la ventana se filtra siempre la misma luz blanca. Una luz falsa, como es falsa la ventana y falso el tiempo que me habéis borrado, pintándomelo de blanco.

Silencio. Silencio fuera, ni un sonido, un ruido, una voz. Del pasillo no se oyen pasos, ni puertas que se abren o se cierran. ¡Nada! Todo es silencio y blanco. Silencio en mi cerebro, tan blanco como el techo. Blanca es mi voz si intento hablar.

Blanca es mi saliva que se me reseca en las comisuras de los labios. Silencio y blanco en mis ojos, en el estómago, en el vientre que se me hincha de vacío. Me encuentro suspendida como en un acuario, flotando en el silencio como un pez japonés sin aletas. Constante sensación de vómito. El cerebro se me despega del cráneo como a cámara lenta vagando por el agua de luz en la habitación. Todo mi cuerpo es de polvo disuelto como un detergente en la espantosa lavadora: lo recojo..., lo amontono..., me recompongo... ¡No! ¡No! Tengo que resistir..., no lograréis hacerme enloquecer... ¡Tengo que pensar! ¡Pensar! Entonces pienso… pienso en vosotros que me mantenéis en esta tortura: os veo agolpados con la nariz aplastada contra el gran cristal de este acuario donde me habéis dejado flotando, y me observáis con interés. Disfrutáis con el espectáculo... Teméis que yo sepa resistir... Teméis que otros como yo y mis compañeros vuelvan a tratar de estropearos ese hermoso mundo que os habéis inventado. Es grotesco, a mí me priváis de todo color, y fuera vuestro mundo húmedo y gris lo habéis repintado con colores chillones, para que nadie se dé cuenta, y obligáis a la gente a consumir todo de colorines: habéis pintado de rojo chillón los zumos de frambuesa, y qué importa si producen cáncer, de naranja brillante los aperitivos. Obligáis a los niños a que traguen verde esmeralda y amarillo cromo, llenáis de colorantes venenosos la mantequilla y la mermelada. Incluso pintáis a vuestras mujeres como payasos enloquecidos: rosa fresa en las mejillas, azul añil y violeta en los párpados, y rojo bermellón en los labios, y las uñas pintadas con todos los colores imposibles del carnaval: oro y plata, verde y naranja y hasta azul cobalto.

Y a mí me obligáis al blanco para que mi cerebro se resquebraje y estalle en mil confetis: los confetis de vuestro carnaval, de vuestro Parque de Atracciones del miedo. Sí, hacéis gala de una gran seguridad, pero es tan sólo el gran miedo lo que os vuelve tan crueles y dementes. Por eso necesitáis continuamente barracas y estruendos, tantos neones de colores por todas partes y escaparates y sonidos y estrépito, y la radio y el hilo musical siempre encendido por todas partes en vuestros grandes almacenes, en las casas, en el coche, en el bar, incluso en la cama cuando hacéis el amor. A mí me imponéis el miedo del silencio... porque os aterra la duda de que éste vuestro no sea el mejor de los mundos..., sino el peor: el más sórdido.

Y me habéis encerrado en el acuario sólo porque... No, no estoy de acuerdo con vuestra vida. No, no quiero ser una de vuestras mujeres confeccionadas y envueltas en celofán. No quiero ser una presencia tierna con risitas y sonrisas estúpidamente seductoras en vuestra mesa del sábado noche en un restaurante con menú variado y exótico y con fondo de música idiota por hilo musical. Y tener que esforzarme por estar en parte triste y pensativa y en parte loca e imprevisible y después tonta e infantil y luego maternal y puta y luego al minuto tener que reírme pudorosa en falsete tras de una de vuestras inevitables ordinarieces.

Oh, se oye un roce suave: se abre la puerta, aparece una carcelera, me mira como si yo no existiera, como si fuese transparente. No dice ni una palabra, lleva en la mano una bandeja con la comida. La deja sobre la mesa y se va. Otra vez silencio.

¿Qué me han traído de comer? Hamburguesa. Un vaso de zumo de pomelo. Verdura cocida, una manzana. Y además se preocupan por si se me pasa por la cabeza suicidarme. En efecto, el plato es de car-tón, el vaso es de cartón. No hay ni cuchillo ni tenedor, sólo una cuchara de plástico blando, que parece goma. No, no quieren que yo decida eliminarme. Son ellos los que tienen que decidir. Cuando llegue el momento adecuado se ocuparán personalmente, me darán la orden de suicidarme y puesto que en esta celda no hay barrotes en la ventana de los que poder colgar una sábana y una correa, ellos me echarán una mano..., o incluso más de una mano. Un trabajito limpio. Tan limpio como esta socialdemocracia, que se dispone a matarme... dentro de un orden.

Nadie escuchará un grito mío, ni un lamento..., todo en silencio, con discreción, para no molestar los sueños serenos de los ciudadanos felices de este país limpio... y ordenado.

Dormid, dormid, gentes bien cebadas y atónitas de mi Alemania, y también vosotros de Europa, gentes sensatas, ¡dormid serenos como muertos! Mi grito no puede despertaros... No se despiertan los habitantes de un cementerio.

Los únicos que sentirán crecer el odio y la rabia, lo sé, serán aquellos que sudan y revientan en la sala de máquinas de vuestro gran navío: los emigrantes turcos, españoles, italianos, griegos, árabes y las mujeres, todas las mujeres que han comprendido su condición de sometidas, humilladas y explotadas, ellas comprenderán también por qué me encuentro aquí, y por qué este Estado ha decidido matarme..., exactamente como a una bruja en el tiempo de las brujas. Y se convencerán, si no lo han hecho ya, de que el de hoy sigue siendo tiempo de brujas para el poder. Y que las brujas deben estar en los telares, en las máquinas, en las prensas, en la cadena de montaje, en el ruido, en el estrépito, en los chirridos..., plaff..., tritritri,... blam... tritritri, vuum, vuum... ¡Prensa! ¡Blamm! El torno frufrufru..., el motor popopo..., las calderas ploch ploch ploch...

¡Qué hermoso es el ruido, el estruendo, el estrépito! Ja ja, lo habéis inventado, vosotros los amos, para vuestro provecho..., y yo me aprovecho. ¡Basta de silencio! Me hago los ruidos yo sola. Prensa: flutts..., el torno: frufmfru..., las calde¬ras: ploch ploch ploch..., ¡el gas! ¡Se sale el gas! Hace toser: ¡achrf achrf achrf!

La cadena: va el ritmo va con los tiempos ritmo, plaf, pochh sblam bengh tramp pungh sgnaf strump tuh tuh frr frr...

¡Basta! ¡Basta! ¡Parad las máquinas, silencio!... Qué hermoso es el silencio, gracias, carceleros, por darme este placer extraordinario del silencio... absoluto..., oh, cómo lo saboreo, cómo lo disfruto..., escuchad qué dulce, qué reparador es..., estoy en el Paraíso... Carceleros, jueces, políticos, os he burlado..., jamás lograréis volverme loca, tendréis que matarme estando sana..., en perfecta salud mental y espiritual..., y todos comprenderán, sabrán con certeza que sois unos asesinos, un gobierno, un Estado de asesinos.

Ya os veo correr para ocultar mi cadáver, impedir la entrada a mis abogados... No, a Ulrike Meinhof no se la puede ver... Sí, se ha ahorcado. No, no pueden presenciar la autopsia. Nadie. Sólo nuestros peritos de Estado, que ya han decretado... La Meinhof se ha ahorcado. Pero no hay señales de estrangulamiento en el cuello..., ningún color cianótico en el cuello.., ¡pero en cambio hay cardenales por todo su cuerpo! ¡Apártense, circulen, no miren! Se prohíbe sacar fotos, se prohíbe pedir un peritaje particular, se prohíbe examinar mi cadáver. Se prohibí. Se prohíbe pensar, imaginar, hablar, escribir, se prohíbe todo. ¡Sí, se prohíbe todo!

Pero jamás podréis prohibirnos que nos riamos de vuestra necedad, la clásica necedad de todo asesino.

Pesada como una montaña es mi muerte..., ¡cien mil y cien mil y cien mil brazos de mujeres han levantado esta inmensa montaña y os la arrojarán encima con una terrible carcajada!


CUADERNOS DE CIORAN


E.M. CIORAN

TRADUCCIÓN DE LEONARDO TORRES LONDOÑO PARA EL M.D.
MAGAZINE LITTERAIRE N° 357 SEPTIEMBRE DE 1997

Yo soy un filósofo-gritón. Mis ideas, si hay ideas, ladran; no explican nada, estallan. 

Toda mi vida les rendí culto a los grandes tiranos empantanados en la sangre y el remordimiento. Me extravié en las letras por imposibilidad de matar o de matarme. Esta incapacidad, esta mera cobardía ha hecho de mí un escriba.

Ayer, en el tren que me traía de Compiegne a París. Frente a mí, una joven (¿19 años?) y un joven. Trato de combatir el interés que siento por la muchacha, por su encanto, y, para lograrlo, me la imagino muerta, en estado de cadáver avanzado, sus ojos, sus mejillas, su nariz, sus labios, todo en plena putrefacción. De nada sirvió. El encanto que ella exhalaba seguía ejerciéndose sobre mí. Así es el milagro de la vida.

Todas mis contradicciones provienen del hecho de que no se puede amar la vida más de lo que la amo, ni experimentar al mismo tiempo y de manera casi ininterrumpida un sentimiento de impertenencia, de exilio y de abandono. Soy como un glotón que perdiera el apetito a fuerza de pensar en la inanición.

Señor, ¿por qué no tengo la vocación de la oración? No hay nadie en el mundo más cerca de ti, ni más alejado. Una pizca de certidumbre, una brizna de consuelo, es todo lo que pido. Pero tú no puedes con-testar, no puedes.

Hace algunos días... me alistaba para salir, cuando, para arreglarme el pañuelo, me miro en el espejo. Y de repente, un susto indecible: ¿Quién es este hombre? Imposible reconocerme. Por más que identifiqué mi abrigo, mi pañuelo, mi sombrero, no sabía sin embargo quién era; ya que yo no era yo. Esta sensación duró unos treinta segundos aproximadamente. Cuando logré encontrarme, el pánico no desapareció enseguida, pero se degradó de manera imperceptible. Conservar la razón es un privilegio que pueden retirarnos.

Uno no lo ha perdido todo mientras esté descontento de sí mismo.

Sin el aburrimiento yo no habría tenido identidad. Es por él, y por causa de él, que me fue dado conocerme. Si nunca lo hubiese experimentado, lo ignoraría totalmente, no sabría quién soy. El aburrimiento es el encuentro consigo mismo -por la percepción de la nulidad de sí mismo.

¡Qué fastidiosa costumbre la que tengo de pensar contra alguien o contra algo! Esa necesidad de emplear los medios del espíritu para pelear, ¿no viene acaso de una maldad insaciada e inclusive de una cobardía en la vida? Lo cierto es que, pluma en mano, tengo un valor que nunca vuelvo a encontrar frente al enemigo.

Para mí escribir es vengarme. Vengarme contra el mundo, contra mí mismo. Casi todo lo que he escrito fue el producto de una venganza. Por lo tanto, un consuelo. Si la venganza desapareciera por milagro, la casi totalidad de los hombres caerían presa (s) de enfermedades mentales desconocidas hasta ahora. La salud para mí consiste en la agresión. No hay nada que tema tanto como el desmoronarse en la calma. El ataque forma parte de las condiciones de mi equilibrio. 

Si todos los días tuviera el valor de gritar durante un cuarto de hora, gozaría de un equilibrio perfecto.

Paso la mayor parte de mis días rompiéndole la cara a la gente, diciendo invectivas contra fulano o zutano, a tal punto que terminamos yendo a las manos. Declaro de sol a sol escándalos que me hacen enrojecer, provoco a los desconocidos, derribo todo lo que encuentro a mi paso, en la imaginación, todo esto, por desgracia.

Después de un mes de buen tiempo, cielo cubierto -Siempre he sido, durante toda mi vida, un enamorado del mal tiempo. Las nubes me tranquilizan; cuando, por la mañana, desde mi cama, las veo pasar, siento en mí las fuerzas necesarias para enfrentar la jornada. Pero con el sol, nunca pude conformarme. No tengo suficiente luz en mí para poder llevarme bien con él. No hace más que despertar, que remover mis tinieblas.

Diez días de cielo azul me ponen en un estado vecino de la locura.

El menor cambio de temperatura pone en tela de juicio todos mis proyectos, no me atrevo a decir que todas mis convicciones. Esta forma de dependencia, la más humillante que pueda existir, no deja de desesperarme, arruinando al mismo tiempo lo poco de ilusiones que me quedaba acerca de mi posibilidad de ser libre, y sobre la libertad en general. De qué sirve andar pavoneándose si uno está a la merced de lo húmedo o de lo seco? Sería preferible una tiranía menos lamentable, dioses de otra índole.

Estación del Norte. Un reloj indica los minutos: 16:43 -Soñé que este minuto no volverá nunca más, que ha desaparecido para siempre, que se ha hundido en la masa anónima de lo irrevocable. ¡Qué fútil y sin fundamento me parece la teoría del eterno retorno! Todo desaparece para siempre. Nunca volveré a ver este instan-te. Todo es único y sin importancia.

¿Qué es el remordimiento? Es el deseo de hallarse culpable, es el placer de devorarse, de verse y de sentirse más desventurado de lo que se es en verdad.

Napoleón perdió 30.000 hombres en la batalla de Wagram, sin sentir por ello ningún remordimiento. Solamente mal humor. -Pero, ¿de qué sirve destacar estas cosas? El remordimiento sólo es conocido por aquellos que no saben actuar, que no pueden actuar. El remordimiento remplaza en ellos la acción.

Cuando uno está solo, aunque no haga nada, no tiene la impresión de desperdiciar el tiempo. Pero siempre lo echa a perder en compañía de alguien.

¿No tengo nada que decir? ¡Qué importa! esta nada es real, es fecunda, ya que ningún diálogo consigo mismo es estéril. Siempre se saca algo, así no sea más que la esperanza de volver a encontrarse un día.